De todos nuestros asiduos es conocido que esta página se dedica a difundir asuntos relacionados con Coria del Río. En este caso, aunque el tema trata de política en general, creemos que en gran manera influye en el devenir de la vida política en nuestro pueblo y por ello lo insertamos.
Parece que Rajoy ha caído del guindo, y se ha dado
cuenta de que tal como van las cosas, el desafecto de la ciudadanía hacia el PP
de las elecciones europeas, no ha sido flor de un día, y se mantienen las malas
expectativas que auguran las mismas intenciones para las próximas consultas
electorales, las municipales en primer lugar por orden de aparición.
Por ello, ha anunciado a
los medios que se va a acometer un programa de reformas para alcanzar la
regeneración democrática que la ciudadanía exige cada vez más irritada. Y va a
empezar por ¡los ayuntamientos!, en los que pretende introducir un elemento que
ya intentaron durante la Transición, es decir, que el alcalde sea el que
encabece la lista más votada.
Así dicho, no parece gran
cosa, pero para los que tenemos alguna experiencia en política municipal,
sabemos que eso significa, hablando en plata, que una lista con siete
concejales de veintiuno, podría gobernar el ayuntamiento en franca minoría, sin
apoyos, coaliciones o pactos, que den al gobierno municipal un plus de apoyo
mayoritario de otras fuerzas, y todo por tener un puñado de votos más que las
demás, pero siendo minoría al fin y al cabo.
Rajoy debería plantearse
otro tipo de soluciones que adapten la ley electoral actual a un contexto más
actual, más del siglo XXI (aunque haya países que llevan décadas con sistemas
perfectamente válidos), y además debería consensuar una reforma que acepten y
apoyen todos los partidos políticos, aunque sabemos que esto es casi imposible,
puesto que PSOE y PP son los principales beneficiarios del actual sistema y, ni
creo que estén dispuestos a hacerse el harakiri como las cortes franquistas, ni
que la zorra sea buen guardián de las gallinas. Por ello, no creo que se planteen siquiera una reforma
profunda de la actual ley, en la que se contemplen aspectos de
representatividad, circunscripción electoral y reparto de escaños más
representativos, más cercanos a los ciudadanos, más equitativos en la
proporcionalidad.
En cuanto a la
representatividad, el sistema de listas cerradas y bloqueadas ya se ha
demostrado perverso. Las élites dirigentes de los partidos, a las que se llega
por afinidad, habilidad y oportunidad, son las que elaboran las listas
electorales, asegurándose que los elegidos serán de la misma cuerda y que no
crearán problemas a la dirección con posiciones heterodoxas y/o contrarias a la
misma. ¿Por qué no listas abiertas? Porque se puede colar algún indeseado, que ponga en solfa a la dirección,
y tenga más enganche social, lo que puede provocar pérdida de poder real de la
cúpula dirigente. Habría que empezar por emplear el mismo sistema de listas
abiertas en el propio partido, con lo que los dirigentes deberían su puesto a
los militantes y no a los dirigentes que lo han cooptado. Y ¿por qué no hacer
lo mismo en todas las elecciones?, es decir, que los votantes elijan
directamente los nombres de sus candidatos preferidos, y no lo hagan con
aquellos que, aún siendo del mismo partido, no sean santo de su devoción. Y
¿por qué no votar a nombres de distintas candidaturas? Votar listas cerradas y
bloqueadas tiene dos grandes inconvenientes: votas al paquete entero, aunque
sólo te gusten dos o tres nombres, y a veces, por defender la opción
ideológica, tienes que “taparte la nariz”, lo que es muy triste. Pero su peor
defecto está en el arranque, en la conformación de la lista, puesto que para
estar en ella en sitio destacado no tienes que ser un líder ciudadano, o
sindical, o universitario, o intelectual. Has de ser amigo o familia del cabecera
de lista. Ese será tu mayor mérito en muchas ocasiones.
En cuanto a la
circunscripción electoral, distinta en cada elección dependiendo del ámbito
territorial, los representantes elegidos no tienen a nadie a quién dar cuenta
de sus actos, a excepción de la dirección, claro. Pero una candidatura ganadora
en una provincia, por ejemplo, no tiene por qué serlo en toda ella, en cada
pueblo. Como los candidatos no deben su puesto a los ciudadanos, a quienes no
conocen en la mayoría de los casos, no pueden ser abordados, ni reclamados, ni
exigidos, ni criticados, ni censurados por los votantes, más que cuando llegan
las siguientes elecciones, con lo que volvemos al origen del problema.
Así pues, no sólo habría
que abrir las listas, sino también el ámbito geográfico electoral. Listas
abiertas con candidatos localizados por distritos electorales más controlables,
es decir, la provincia está bien si los candidatos se disputan entre ellos, no
entre partidos, el voto; el distrito parece más cercano en las municipales de
grandes poblaciones, la disputa entre candidatos a alcalde y a concejales,
directamente ante la población (como en el Reino Unido, por ejemplo, o lo que es lo mismo, que cada palo
aguante su vela).
Esto nos lleva a la
proporcionalidad. Un sistema de listas abiertas acaba con ese peliagudo
problema de la Ley D’Hont. Cada candidato contaría unos votos que le hace ganar
frente a unos y perder frente a otros. Pues bien, los ganadores al poder, y que
después se pongan de acuerdo para formar gobierno, y a hacer oposición los
demás, y todos tienen cuatro años para renovar la confianza de los electores, o
conseguirla tras una buena actuación política de quien no se la había dado.
Una reforma de este calado
ya fue propuesta, y me consta, en los años noventa del siglo pasado, al menos
en el PSOE, para atajar de raíz lo que se veía venir: la desafección de los
ciudadanos hacia los partidos y la política en general, además de una
abrumadora extensión de la corrupción y de los corruptos en el seno de partidos
e instituciones. Pero la dirección de los distintos niveles de organización se
encargaron de que nunca se llegara siquiera a discutir. Eran disparates de
iluminados y quintacolumnistas asamblearios y anarquizantes. Veinte años
después se ve que no, que la realidad ciudadana lo está pidiendo a gritos,
puesto que el actual sistema es el padre del “son todos iguales”, porque todos
defienden lo mismo: su sillón.
No será añadiendo un
elemento antidemocrático más, el de la elección de un alcalde en minoría, como
se regenere la Democracia en nuestro país. Las reformas han de tener el calado
que la caótica situación a la que nos han llevado políticos aferrados a una
situación, buena solamente para ellos, necesita. Pero políticos como Adolfo
Suárez, dispuesto a sacrificar su bien político personal por el bien de la ciudadanía, no se repiten a
menudo en la Historia. ¡Que tenga yo que decir esto!
Coria del Río, a 2 de
julio de 2014.
César S. Fernández López
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