HABLAMOS DE CORIA

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martes, 8 de julio de 2014

Regeneración democrática



De todos nuestros asiduos es conocido que esta página se dedica a difundir asuntos relacionados con Coria del Río. En este caso, aunque el tema trata de política en general, creemos que en gran manera influye en el devenir de la vida política en nuestro pueblo y por ello lo insertamos.
Parece  que Rajoy ha caído del guindo, y se ha dado cuenta de que tal como van las cosas, el desafecto de la ciudadanía hacia el PP de las elecciones europeas, no ha sido flor de un día, y se mantienen las malas expectativas que auguran las mismas intenciones para las próximas consultas electorales, las municipales en primer lugar por orden de aparición.
Por ello, ha anunciado a los medios que se va a acometer un programa de reformas para alcanzar la regeneración democrática que la ciudadanía exige cada vez más irritada. Y va a empezar por ¡los ayuntamientos!, en los que pretende introducir un elemento que ya intentaron durante la Transición, es decir, que el alcalde sea el que encabece la lista más votada.
Así dicho, no parece gran cosa, pero para los que tenemos alguna experiencia en política municipal, sabemos que eso significa, hablando en plata, que una lista con siete concejales de veintiuno, podría gobernar el ayuntamiento en franca minoría, sin apoyos, coaliciones o pactos, que den al gobierno municipal un plus de apoyo mayoritario de otras fuerzas, y todo por tener un puñado de votos más que las demás, pero siendo minoría al fin y al cabo.
Rajoy debería plantearse otro tipo de soluciones que adapten la ley electoral actual a un contexto más actual, más del siglo XXI (aunque haya países que llevan décadas con sistemas perfectamente válidos), y además debería consensuar una reforma que acepten y apoyen todos los partidos políticos, aunque sabemos que esto es casi imposible, puesto que PSOE y PP son los principales beneficiarios del actual sistema y, ni creo que estén dispuestos a hacerse el harakiri como las cortes franquistas, ni que la zorra sea buen guardián de las gallinas. Por ello,  no creo que se planteen siquiera una reforma profunda de la actual ley, en la que se contemplen aspectos de representatividad, circunscripción electoral y reparto de escaños más representativos, más cercanos a los ciudadanos, más equitativos en la proporcionalidad.
En cuanto a la representatividad, el sistema de listas cerradas y bloqueadas ya se ha demostrado perverso. Las élites dirigentes de los partidos, a las que se llega por afinidad, habilidad y oportunidad, son las que elaboran las listas electorales, asegurándose que los elegidos serán de la misma cuerda y que no crearán problemas a la dirección con posiciones heterodoxas y/o contrarias a la misma. ¿Por qué no listas abiertas? Porque se puede colar algún  indeseado, que ponga en solfa a la dirección, y tenga más enganche social, lo que puede provocar pérdida de poder real de la cúpula dirigente. Habría que empezar por emplear el mismo sistema de listas abiertas en el propio partido, con lo que los dirigentes deberían su puesto a los militantes y no a los dirigentes que lo han cooptado. Y ¿por qué no hacer lo mismo en todas las elecciones?, es decir, que los votantes elijan directamente los nombres de sus candidatos preferidos, y no lo hagan con aquellos que, aún siendo del mismo partido, no sean santo de su devoción. Y ¿por qué no votar a nombres de distintas candidaturas? Votar listas cerradas y bloqueadas tiene dos grandes inconvenientes: votas al paquete entero, aunque sólo te gusten dos o tres nombres, y a veces, por defender la opción ideológica, tienes que “taparte la nariz”, lo que es muy triste. Pero su peor defecto está en el arranque, en la conformación de la lista, puesto que para estar en ella en sitio destacado no tienes que ser un líder ciudadano, o sindical, o universitario, o intelectual. Has de ser amigo o familia del cabecera de lista. Ese será tu mayor mérito en muchas ocasiones.
En cuanto a la circunscripción electoral, distinta en cada elección dependiendo del ámbito territorial, los representantes elegidos no tienen a nadie a quién dar cuenta de sus actos, a excepción de la dirección, claro. Pero una candidatura ganadora en una provincia, por ejemplo, no tiene por qué serlo en toda ella, en cada pueblo. Como los candidatos no deben su puesto a los ciudadanos, a quienes no conocen en la mayoría de los casos, no pueden ser abordados, ni reclamados, ni exigidos, ni criticados, ni censurados por los votantes, más que cuando llegan las siguientes elecciones, con lo que volvemos al origen del problema.
Así pues, no sólo habría que abrir las listas, sino también el ámbito geográfico electoral. Listas abiertas con candidatos localizados por distritos electorales más controlables, es decir, la provincia está bien si los candidatos se disputan entre ellos, no entre partidos, el voto; el distrito parece más cercano en las municipales de grandes poblaciones, la disputa entre candidatos a alcalde y a concejales, directamente ante la población (como en el Reino Unido, por  ejemplo, o lo que es lo mismo, que cada palo aguante su vela).
Esto nos lleva a la proporcionalidad. Un sistema de listas abiertas acaba con ese peliagudo problema de la Ley D’Hont. Cada candidato contaría unos votos que le hace ganar frente a unos y perder frente a otros. Pues bien, los ganadores al poder, y que después se pongan de acuerdo para formar gobierno, y a hacer oposición los demás, y todos tienen cuatro años para renovar la confianza de los electores, o conseguirla tras una buena actuación política de quien no se la había dado.
Una reforma de este calado ya fue propuesta, y me consta, en los años noventa del siglo pasado, al menos en el PSOE, para atajar de raíz lo que se veía venir: la desafección de los ciudadanos hacia los partidos y la política en general, además de una abrumadora extensión de la corrupción y de los corruptos en el seno de partidos e instituciones. Pero la dirección de los distintos niveles de organización se encargaron de que nunca se llegara siquiera a discutir. Eran disparates de iluminados y quintacolumnistas asamblearios y anarquizantes. Veinte años después se ve que no, que la realidad ciudadana lo está pidiendo a gritos, puesto que el actual sistema es el padre del “son todos iguales”, porque todos defienden lo mismo: su sillón.
No será añadiendo un elemento antidemocrático más, el de la elección de un alcalde en minoría, como se regenere la Democracia en nuestro país. Las reformas han de tener el calado que la caótica situación a la que nos han llevado políticos aferrados a una situación, buena solamente para ellos, necesita. Pero políticos como Adolfo Suárez, dispuesto a sacrificar su bien político personal  por el bien de la ciudadanía, no se repiten a menudo en la Historia. ¡Que tenga yo que decir esto!
Coria del Río, a 2 de julio de 2014.
César S. Fernández López